El espejo me dice:
“Has cambiado, el tiempo te ha marcado.”
Pero mis manos, esas viejas amigas,
me cuentan otra historia.
Saben de amaneceres y despedidas,
de risas arrancadas entre lágrimas,
de pan amasado en cocina cálida,
de caricias lentas que curan sin ruido.
Mis manos han sembrado jardines,
han recogido frutos de amor y esfuerzo,
han tejido mantas para noches frías,
y han escrito poemas en la piel de los que quiero.
No les importa la arruga o la mancha,
ellas guardan memoria, fuerza y ternura,
porque saben que en cada gesto sencillo
se esconde un universo entero.
Así que, cuando el espejo me observe,
yo miraré mis manos con orgullo,
porque son la huella viva
de todo lo que he sido y sigo siendo.
Isabel Poyato