He vivido muchas lunas,
he visto marcharse y volver estaciones,
pero hay una llama que no se apaga:
mi fe.
No tiene la voz joven de antes,
pero canta más hondo.
Ya no corre con urgencia,
pero se sienta conmigo y me abraza.
Mi fe no necesita pruebas.
Le basta el silencio,
la brisa que entra por la ventana
cuando rezo despacio,
cuando digo “gracias” sin palabras.
No envejece,
porque está hecha de eternidad,
de manos juntas,
de miradas al cielo
cuando el suelo no alcanza.
Mi fe camina conmigo,
con bastón o sin él.
Me sostiene los días nublados
y me susurra que todo tiene sentido
si hay amor y luz en el corazón.
Isabel Poyato