Un poema para quienes crecieron demasiado pronto y aún buscan a la niña que dejaron atrás.
De pequeña quería ser mayor,
calzar los tacones de mi madre,
y pintarme los labios, sin una regañona.
gritarle al mundo: “¡Ya no soy menor!
Quería abrir la puerta sin permiso,
huir del “no es para ti”, del “ya lo harás”,
pensé que crecer era un paraíso
y no el precio que la vida a veces, cobra …
Soñaba con amores de novela,
con besos bajo lluvia y libertad,
con días sin deberes ni escuelas,
con una voz sin miedo a la verdad.
Y fui mayor… ¿y para qué?
¿Para apagar fuegos que no eran míos?
¿Para entender que el alma siente dolor
cuando calla lo que sabe y no puede decir?
¿Para aprender a sonreír por fuera
mientras por dentro grita la tristeza,
para fingir que una está entera
aunque le sangren todas las venas?
Crecer no era lo que imaginaba.
La magia no venía en los bolsillos,
sino en deudas, en culpas, en cuchillos
y en tardes donde nadie te llamaba.
Pero aún me queda algo de esa niña,
la que soñaba alto, sin medida,
la que en su mundo tonto se sentía
valiente sin saber qué era la herida.
Hoy hablo con ella, la busco en el espejo,
le pido perdón por tanta prisa,
por haber cambiado risas por dolor
y fe por realismo sin sonrisa.
Fui mayor… ¿y para qué?
Para entender que a veces no hay consuelo,
pero también que en medio del revuelo
hay una voz pequeña que es mi fe.
Y esa niña —oh, sí— no está vencida.
Me toma de la mano cada día.
Me dice que vivir, con todo, es poesía.
Y que aún estoy a tiempo… de hacer mida de mi vida.
Isabel Poyato.