Nos escondemos
tras muros que crujen con cada suspiro,
un rincón prohibido donde el eco guarda secretos.
Las velas tiemblan,
bañando tu piel en cera líquida
dibujando sombras que despiertan mi hambre.
Me acerco,
rozo tu cuello,
y la urgencia nos despoja de vergüenzas:
mi lengua escribe su deseo en tu piel,
mis manos ya no preguntan, exigen.
Tu espalda contra la piedra fría,
mi boca deslizándose lenta,
bajando, marcándote, abriéndote.
Muerdes tus labios para no gritar,
pero el silencio es imposible
cuando mi lengua te bebe como vino dulce,
cuando mis dedos dibujan caminos
hasta hacerte temblar.
En este santuario clandestino,
te poseo sin tregua,
cruzando límites que juramos no tocar,
devorándonos, deshaciéndonos,
hasta que las velas lloran su última lágrima
y nosotros ardemos por siempre en su fuego.
Isabel Poyato