enero 26, 2022

ROSALINDA


Lavo tu ropa diaria,

esa que tú te pones

y te quitas usada.

Con cariño yo la enjuago

justo antes de tenderla

sobre la hierba tan verde

del prado que hay aquí cerca.

Un día mientras lavaba,

de un bolsillo saqué

un pañuelo de suave seda

con unas letras marcadas.

El pañuelo no era mío,

la cosa estaba muy clara.

Le pregunté de quién era,

me dijo que no era suyo

que ya lo devolvería…

Pasaron los días,

el pañuelo tendido seguía,

y mientras más yo lo miraba

¡más lo maldecía!

Él era el causante…

por él mucho sufría.

— ¿Cómo se llama? — le pregunté.

— Rosalinda — dijo él.

Hasta el nombre era bonito

¡tan bonito como una flor!

Helada me quedé…

¡tan helada como el agua del río!

Que pena de aquel prado…

dejó de ser verde

la hierba se marchitó,

y yo con impulsos ciegos

al río volví,

a lavar las heridas

que un pañuelo de seda

había dejado en mi.

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