“No te rías, hijo”
Para un madre que ya no se deja herir en silencio.
No te rías, hijo, si alguna vez
me tiemblan las manos cuando te hablo,
si me quiebro en una frase,
si me callo más de lo que digo.
No es debilidad, ni drama, ni locura.
Es que llevo años
tragándome el nudo,
cociéndome las lágrimas
en una cocina de silencios.
Me duele cuando lanzas tus bromas
como piedras disfrazadas de risa,
cuando mi papada, mi edad, mi voz
se convierten en escenario
de tu desprecio.
No te das cuenta —o no quieres darte—
de que cada palabra tuya,
cada burla, cada gesto de desprecio,
es un cuchillo que se clava sin hacer sangre,
pero que desgarra el alma poco a poco.
No te rías, hijo,
porque esta mujer que ves cansada
fue casa, escudo y luz
cuando tú no sabías aún nombrar el miedo.
Te he amado con manos llenas
y a veces, con el alma vacía,
pero tú no sabes cuánto cuesta
ser madre de quien no sabe querer.
Me has hecho sentir vieja antes de tiempo.
Inútil, fea, molesta.
Como si sobrara.
Como si fuera una carga.
Y eso, hijo mío,
eso también es violencia.
Sí: violencia emocional.
La que no deja moretones,
pero sí cicatrices en el corazón.
Si no puedes abrazarme,
al menos no me empujes.
Si no puedes honrarme,
al menos no me humilles.
No te rías, hijo,
porque detrás de esta voz serena
vive una mujer que ha decidido
que ya no va a callarse más.
No soy perfecta,
pero merezco paz.
Merezco respeto.
Merezco no tener que mendigar
el cariño de mi propio hijo.
Y si algún día despiertas,
y miras atrás con los ojos abiertos,
quizá recuerdes
que esta madre que ahora es vieja
fue la que más te quiso.
A pesar de todo.
A pesar de ti.
Isabel Poyato