¡Te di mi vida, maldita sea,
te di mi voz hasta quedarme muda!
Caminé descalza sobre tus llagas,
me arranqué la piel para abrigarte.
¡Y tú, tú!
Me soltaste en mitad del abismo,
me dejaste a ciegas,
me diste el frío donde sembré abrigo.
Rasgaste mi pecho con tus silencios,
mataste mis flores sin mirar atrás.
¡Qué amarga es la sangre del que amó de veras!
¡Qué cruel es la sed de quien no quiso dar!
Ahora, recoge tus restos de olvido,
ahora, cosecha tu campo vacío.
Yo me levanto entre mis propias ruinas,
yo me abrazo con mis propias heridas.
¡No me llames! ¡No me llores!
¡No vengas! ¡No cures!
Mi amor no fue tuyo:
fue mío…
y era un milagro que tú no supiste tocar.
Isabel Poyato