Me recogí del suelo
con las manos temblando,
con el alma hecha retazos,
con la voz apenas un susurro.
Me recogí,
no porque no doliera,
sino porque decidí que el dolor
no sería mi nombre.
Me miré en mis propios ojos,
ese reflejo que había olvidado,
y supe:
aún había vida bajo los escombros.
Renazco.
No como quien olvida,
sino como quien abraza sus cicatrices
y las lleva como banderas en el viento.
Renazco.
De la herida que sangró,
del grito que rasgó la noche,
del silencio que pesaba como piedra.
Renazco.
Con las alas chamuscadas, sí,
pero con la determinación de quien ya no teme arder.
Porque entendí que sobrevivir no es suficiente:
yo he venido a vivir,
a reír con la boca abierta,
a amar sin pedir permiso,
a caminar ligera,
sin las cadenas de quien no supo quedarse.
Hoy me levanto,
y en cada paso nuevo,
en cada latido que no te nombra,
sé que me estoy construyendo de nuevo.
Más fuerte.
Más sabia.
Más mía.
Isabel Poyato