diciembre 20, 2020

ES TARDE PARA QUERERME

 Sentía por momentos que el sentido se le escapaba. Era la hora crepuscular. La oscuridad se colaba ya a través de unos bonitos visillos en los cristales de la ventana de su dormitorio. Los mareos le provocaban una tremenda inestabilidad, y pese a estar echada en la cama, se sentía terriblemente mal. Si no estuviera en el lecho hace tiempo que habría caído al suelo. El dolor de estómago parecía habérsele aplacado, aunque con cierta cadencia le arremetía implacable como si un bicho interno le mordiese las tripas.

     No supo por qué razón, pero su mirada quedó fija por un momento en una grieta que había en el techo y que ella no recordaba. Estaba a unos veinte centímetros  de la lámpara empotrada. Pensó que era el refugio ideal para un insecto. De pronto, quedó como hipnotizada pues le parecía ver aparecer una pata peluda. Al instante otra de regular tamaño, a los dos segundos el cuerpo de un insecto enorme, parecido a una mosca gigante fue asomando poco a poco, hasta que apareció la horrible cabeza completa, con los ojos laterales de un verde amarillento, que la miraban fijamente.

     Sus alas las desplegó e inició una vuelta por la habitación. El bicho tenía el tamaño de un zapato. Al verlo venir quiso gritar, pero apenas un gemido pudo salir de su garganta, no pudochillar, sintió  esa sensación que experimentamos cuando tenemos un sueño en el que huimos de un peligro serio pero no podemos correr, estamos paralizados. De repente empezó a bajar hacia ella en vuelo,pero justo en ese instante, todo desapareció. Ni rastro del insecto gigante de ojos asesinos.“Dios mío, ¡tengo alucinaciones!” –pensó dentro de su ya semiinconsciencia-.

Le volvió a dar una punzada intensa, y a esta siguió una serie de espasmos que no podía contener. Parecía que iba a reventar, “Dios mío, voy a morir….voy a morir –repitió para sí misma ya que no podía emitir sonido alguno- y no quiero… Dios mío…”.

Aquella mañana había discutidofuertemente con su esposo. Fue una escena de celos muy violenta. Los gritos y los reprochesse habían sucedido uno tras otro.

  Días antes, Julia había sabido, por boca de una persona de su máxima confianza y credibilidad,  que su marido tenía una amante. No había lugar para la duda, las pruebas que le facilitó su amiga eran evidentes, terriblemente acusadoras. Eran unas fotos que no dejaban espacio a ninguna justificación.Julia estaba muy enamorada de su marido, lo estuvo desde que le conoció y a lo largo de sus diez años de matrimonio no había decrecido nada, al contrario, cada vez se sentía más suya. El conocimiento de la circunstancia de la infidelidad  de su marido había supuesto para ella el más tremendo de los mazazos.  

     Los primeros días intentó asumirlo y olvidarlo, quedarse callada, sufrirlo y no decir nada, pero aquello la reconcomía y esa mañana no se pudo contener, y, mientras desayunaban los dos en la mesita que había en la cocina, antes de que él partiera al trabajo le dijo.

“- Sé que tienes una amante”.

     Ella esperaba en él una reacción de algún tipo, serena o violenta, pero algo que la sacara del error, que la contradijera, que lo desmintiera, que la devolviera a su vida anterior, pero, ante su sorpresa mayúscula, él se limitó a decirle en tono impersonal:

“-Hace tiempo que dejé de amarte”.

Ante esta frialdad tan monstruosa, reaccionó mal, los nervios pudieron más que ella y, entregándose a sus impulsos mássalvajes e incontrolados, dictados por su amor, se enzarzó con él en una tremenda discusión. Al cabo de un rato él terminó de vestirse, se colocó su cazadora de ante, cogió las llaves del coche y se dirigió hacia la puerta. La abrió,salió, y la cerró con un gran portazo, demostrando con este gesto que no pensaba volver.

Estuvo toda la mañana rumiando lo sucedido con Alberto y la situación a la que se estaba enfrentando. Diversas ideas circularon por su mente, unas sensatas y prudentes, otras descabelladas y no exentas de peligro.

Julia no concebía el resto de su vida sin Alberto. Llevaban diez años casados y hasta el momento nunca había tenido quejas de él. Eran jóvenes aún, y con mucha vida por delante.

Fue ya avanzada la tarde cuando tomó la decisión. Desaparecería de este mundo. No quería seguir formando parte del mismo  sin Alberto.

     Se duchó. El agua templada pareció sedarla un poco y aclararle mejor las ideas, pero esa sensación apenas duró unos minutos. Su decisión estaba tomada y la llevaría a cabo. Se puso ropa interior limpia y una bata de seda que anudó con esmero a su cintura.  Fue a la cocina y cogió de la nevera una botella de agua mineral. De allí se trasladó al dormitorio.

     Los días eran muy cortos, era a principios de Diciembre. La poca luz que había asomaba tímidamente por los cristales de la ventana de su dormitorio, que daba a un parque cercano. La oscuridad empezaba a extender su manto sobre la ciudad y solo allá, lejos en el horizonte, aun se veía como un tapete de nubes rojizas que representaban  el últimoadiós del día y al mismo tiempo el último de su vida.

     Se sentó en la cama de matrimonio, aquel lecho en el que había vivido tantos momentos intensos y gozosos, y, con mano firme, cogió la caja de somníferos que siempre tenía a mano. La abrió, sacó de su capsula plastificada, una a una, todas las pastillas que contenía, (unas veinticinco), y las colocó sobre la sabana limpia de su cama. Después las cogió todas y las colocó en la palma de su mano izquierda.  Tomándolas en pequeños grupitos de dos o tres, se las metió en la boca y, con unos tragos de agua, las dejaba deslizarse lentamente por su esófago. A cabo de pocos minutos, las habíatomado todas. Terminó de beber el agua que quedaba en la botella.

     Todo esto lo había hecho estando sentada al borde de la cama con las piernas cruzadas. Se puso la mano derecha sobre la frente apoyada por el codo sobre la rodilla mientras se la sujetaba con el otro. Pensaba…

     Al cabo de dos o tres minutos, se tumbó sobre la cama. Curiosamente le pareció que por un instante disponía de toda su lucidez y se encontraba en paz. 

     Pero pronto empezaron el dolor, los mareosy las alucinaciones, al tiempo que un sopor incontrolable se iba apoderando de ella.

     Iba a morir, sentía como la flaccidez de todos sus miembros la conducían hacia el fin.

     ¿Merecía el amor de un hombre pagar tan alto precio por él? Un hombre que seguiría disfrutando de su vida mientras ella la suya estaba a punto de truncarse.

De repente, en la semi inconsciencia en que estaba, se dio cuenta de que había cometido un error. Iba a morir, si, y sintió miedo, y este pasó a terror en una décima de segundo. Ella también tenía derecho a seguir viviendo, a rehacer su vida, a vivir otras experiencias. Tenía años por delante, apenas había cumplido los cuarenta, podría conocer otros hombres, incluso tener algún hijo.

     Sintió un tremendo arrepentimiento de su acción. 

     ¿Le daría tiempo a llamar a Urgencias, al 061? ¿Daria tiempo a que le hicieran un lavado de estómago. No, todo no estaba perdido, ¿o sí?

     Tomó con manos muy temblorosas el móvilque tenía sobre la mesilla de noche, a duras penas pudo alcanzarlo, sus dedos se negaban a sostenerlo.
     Tenía miedo, veía que la muerte ya le estaba echando su manto por encima, “Dios mío, Dios mío,…perdóname” .E intentó marcar…0…6… y de ahí no pasó.

El móvil se le resbaló entre los dedos, al igual que su vida, y cayó sobre la sábanainmaculadamente blanca. A partir de ahí…la Nada.

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