Anoche el mundo se hizo sombra,
sin previo aviso, sin razón,
la luz se fue como paloma
que huye sin dar explicación.
Las lámparas se hicieron mudas,
el cielo, cómplice, calló,
y en cada casa una pregunta
con una vela contestó.
Los relojes parecían quietos,
el tiempo, en pausa, se durmió,
y en la penumbra los secretos
salieron sin temor ni voz.
Las risas brotaron despacio
junto al crujir del viejo sillón,
y el silencio, fiel y sabio,
trajo un destello al corazón.
La noche, sin ruidos ni cables,
nos devolvió la conexión,
no la de enchufes y claves,
sino la del alma y su canción.
Y cuando volvió la corriente,
con su zumbido habitual,
algo quedó, dulcemente:
la luz de estar, sin más, en paz.