Una fría mañana
me puse una capa bordada,
monté en mi caballo
y salí a pasear.
En montes solitarios
cabalgué sin cesar,
dejando atrás mis tristezas
y así volverme a enamorar.
Atrás a veces miraba
viendo esparcidos
mis sueños malogrados.
Ellos…ellos abonaron la tierra
y sarmientos nuevos brotaron.
Bella alfombra vistió el camino
con margaritas, amapolas
y nuevas ilusiones.
Llegó la noche,
sin viento ni tormenta
comenzó a llover…
y la lluvia… la lluvia lavó mis heridas.
Mientras cabalgaba
escuché en el silencio
una bella melodía,
que entre acordes de espuelas
y campanillas así decía:
“¡Trota, galopa, ríe,
vuela, vive, ama!
¡Mira los montes floridos…!
Llegará la aurora…
dejará de llover…
y tu amor que creías muerto
volverá a renacer”.