Una tarde de verano,
verano muy caluroso,
una mosca se posó
en el dorso de mi mano.
No me molestó,
al principio pensé: “pronto se irá”,
más se encontraba a gusto,
porque mi piel le gustaba picar.
Y ya si que me enfadé,
y le solté un manotazo,
pero, más rápido levantó el vuelo,
y a mi brazo fue el tortazo.
Me sentí muy irritada,
y me dije para mí,
como vuelva a venir,
por Dios que lo va a sentir.
Más regresó el insecto,
esta vez se fue a la pierna
¡tortazo que me solté!
era una tortura eterna.
De darme manotazos
se me enrojeció la piel
en las piernas y en los brazos,
fue una tortura cruel.
Que si, que las moscas tienen vida,
y se deben respetar,
pero al ser tan pesadas
no hay por qué soportar.