Susurros de piel
En la penumbra nace el deseo,
como fuego lento bajo la piel,
tus dedos dibujan en mi silencio
constelaciones que no sé leer.
Tu aliento es brisa que me desarma,
mi cuerpo, un templo en ruinas por ti,
se abren los poros, gimen las almas,
y el tiempo se dobla para morir.
Tus labios bajan como mareas,
lentamente, sin prisa y sin ley,
cada gemido al roce se entrega
como un secreto que no conté.
No hay pudor, ni culpa, ni tregua,
sólo el vaivén de la voluntad,
y en ese instante —piel contra piel—
arde el mundo sin necesidad.