Se fueron volando las alas pequeñas,
dejando en el aire sus risas eternas.
Quedaron los ecos de juegos y cuentos,
las huellas tan suaves de aquellos momentos.
La casa respira un silencio distinto,
las puertas susurran recuerdos benditos,
y en cada rincón donde un día hubo prisa,
hoy brota del alma una dulce sonrisa.
No hay lágrimas tristes, ni penas amargas,
hay manos abiertas, hay puertas sin trabas.
Hay besos guardados en frascos de viento,
hay nidos que viven en cada recuerdo.
Volaron, sí, lejos, buscando sus cielos,
llevándose un trozo de sueños y anhelos.
Pero dejaron, al irse del nido,
un amor tan inmenso, que nunca se ha ido.
Isabel Poyato