No lo sabía aún, pero se ha levantado esta mañana con una sensación rara. Desde que abrió los ojos le invadió una extraña sensación, algo que no podía concretar en absoluto, pero sentía algo así como una premonición. Se levantó temprano, como de costumbre, pero desde que se espabiló tras una noche de sueño intenso siente que, a medida que el reloj va quemando minutos un presagio brumoso no se aparta de su mente.
Decide no estar concentrado en él, pues tiene que ir a su trabajo. Se asea, se pone su perfume favorito, lo inhala, se peina y así culmina el ritual diario.
No desayuna en casa, suele hacerlo en una cafetería cerca del rascacielos donde trabaja, una compañía de seguros muy conocida en la que él es un alto cargo. Lo hace así para ir sobrado de tiempo, por si encuentra algún atasco en la carretera. Pronto le sirven una placentera taza de café humeante, acompañada de dos tostadas con un buen aceite de oliva virgen extra, acompañado de unas finas lonchas de jamón ibérico y tomate. Primero las disfruta con la vista, después las saborea sutilmente.
Sube al despacho y entra en su oficina donde le esperan unos documentos que momentos antes le había dejado la secretaria sobre su mesa. Ojea rápidamente, toma nota de los posist, con números de teléfono y la palabra destacada “urgente”, que le indica lo primero en que tiene que concentrar su atención, y comienza a trabajar.
La mañana transcurre con la rutina habitual. Reclamaciones que atender, reunión con los abogados de la empresa para resolver litigios, llamadas telefónicas sin cesar, en fin, lo de siempre. No se encuentra totalmente concentrado, la extraña sensación de esta mañana no le ha abandona ni un momento, pero como no sabe a qué atribuirlo, intenta obviarla y concentrarse en su trabajo.
Al mediodía, almuerza en la misma cafetería donde desayunó, con la que tiene un precio concertado por ser cliente de diario.
Como es soltero, no tiene obligación familiar alguna. Él vive su vida con las luces y sombras que cada una conlleva pero, en general es feliz, pero una felicidad incompleta y gris. Quizás la ausencia de un amor o hijos le han convertido, a lo largo de los años, en un ser triste y taciturno, con pocas ilusiones, por no decir ninguna.
La tarde transcurre más o menos igual que la mañana hasta que dan las 18:00h, hora de terminar la jornada. Como persona responsable y porque además su cargo conlleva ese plus que debe dar, él siempre se queda algo más en el despacho preparando y ordenado los temas del día siguiente y repasando las llamadas a realizar, anotando ideas para que no se le olviden. Sigue abrumado por ese presentimiento abstracto que le ha acompañado todo el día.
Sale del despacho y se encamina hacia su casa con paso regular, sin prisas. En esta ocasión prefiere hacerlo caminando, así se relaja de alguna manera de las tensiones padecidas en la jornada laboral y al mismo tiempo esto le permite hacer algo de ejercicio.
Coge un atajo a través de un parque, esto le permite respirar aire puro, algo bueno para sus pulmones. Deja atrás las impurezas del trafico y otras contaminaciones.
De pronto, cuando más a gusto se encuentra, recreándose en unos rosales a la derecha del camino, una punzada en el pecho, leve al principio pero que va en aumento a medida que transcurren los segundos le preocupa. Empieza a sentir un dolor agudo, tanto que, sin poder evitarlo va doblando lentamente su cuerpo sobre sí mismo hasta que, de manera inevitable, cede a su debilidad y acaba tendido, doblado de dolor, sobre el albero de la alameda del parque, rodeado de alguna hojarasca desprendida de los árboles.
Antes de entregarse indefenso al sopor que lo va poseyendo, pasa por su mente como un flash la respuesta a la premonición que desde tempranas horas de la mañana le habían acompañado. Ahora tiene la respuesta: ¡hoy iba a ser el último día de su vida!.
Oye, muy débilmente unos gritos y carreras de gente que se acerca a socorrerle. Ya es demasiado tarde, sus ojos se cierran para no volver a abrirlos