Sin ruido el alma canta su latido,
y muestra en cada gesto su semblanza;
no hay máscara que oculte su sentido,
ni voz que disimule su esperanza.
El paso humilde, el roce compartido,
el brillo en la mirada, la templanza,
van revelando, en hálito rendido,
la historia que en su pulso se abalanza.
No hay verbo más certero que la vida,
ni grito más profundo que un abrazo;
la esencia se declara en su partida.
Y así, sin voz, el alma alza su lazo,
dejando, en cada acción recién nacida,
su eterna y luminosa flor de abrazo.