Parar el reloj, que esos numeritos no cambien…
Congelar los segundos, suspender el ir y venir…
¿Qué sucedería en la pausa vertiginosa hacia el futuro?
¿Quizá sería un respiro en medio de la prisa desenfrenada?
Imaginemos el mundo detenido, en silencio,
como si el universo entero retuviera la respiración.
Los relojes se detienen…
Las horas se convierten en instantes atemporales,
y los minutos se desvanecen en la eternidad.
Un instante mágico en el que cada ser humano puede encontrar la calma,
olvidarse de las obligaciones y disfrutar el tiempo, sin la constante presión del tiempo.
Horas, minutos y segundos donde el mundo cambia,
los suspiros se congelan en el aire,
las risas afloran.
Todas las emociones quedan suspendidas en un eterno limbo.
Pero cuidado, pues si el reloj se detiene el mundo se calla,
la voz enmudece, el receptor no te escucha…
La vida misma se detiene en su fluir natural,
como una fotografía en blanco y negro que nunca avanza.
Y así , nos iremos…
Cerraremos la puerta,
dejando atrás tantas horas vividas de corazón a corazón.
Caminaremos por el pasillo,
sintiendo como las luces
se apagan lentamente,
dejando que la oscuridad tome posesión del espacio.
Cerraremos los ojos y nos adentraremos en la noche,
dejando que la nostalgia nos envuelva.
En ese instante, comprenderemos que los años
fueron tan efímeros como un suspiro,
tan fugaces como un destello de luz.
No podremos seguir… ni siquiera por un momento.
Ya quedó todo desconectado,
se apagaron la luces,
la puerta quedó cerrada…
¡se detuvo el, reloj!
Tantos momentos sentidos
y tantos recuerdos bonitos
nos regalan experiencias, que se acumulan, y forman el tapiz de nuestras vidas.
Tapices tejidos con hilos de amor.
Isabel Poyato Chacón
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