En un hogar cálido de montaña alta y fría

vive un familia con un hombre. Esposo y padre.

Con su rostro curtido por el sol y el viento

y su alma repleta de amor y aliento.

Es un hombre bueno, un hombre sabio y honrado,

con la fuerza de un león y la voz de un trovador.

En sus brazos lleva a su hijo pequeño,

guiándolo con dulzura por el sendero más bueno,

enseñándole el valor de la  amistad y el respeto,

y siempre apoyándolo en cada sueño y proyecto.

Con su ejemplo y su consejo, lo guía hacia la verdad

convirtiéndole en un hombre de gran bondad.

Este padre bueno, este marido tan sabio,

comprende que la vida es un regalo muy preciado,

y lo valora por encima de todo.

Su amor por su hijo y su esposa es su mayor tesoro .

Y así, a medida que pasa el tiempo

la familia disfruta de una vida de contento.

Porque un padre bueno y un hombre bueno 

nunca dejan de buscar lo mejor para los suyos.

A su mujer la adora con todo su ser,

le entrega su vida sin temer.

Cada día se levanta con la esperanza, de hacerla feliz.

Para él, ella y su hijo son su luna y su sol en el cielo,

su oasis en el desierto, su anhelo.

Y todo lo que hace lo hace por ella y por él.

porque son su razón de ser, sus estrellas.

Con cada gesto, con cada palabra,

él los colma de amor, los llena de ternura.

Les demuestra cada día  su devoción, 

con pequeños detalles, con gran emoción.

Les cocina sus comidas favoritas.

Le regala flores a ella.

Al niño juguetes.

Les canta  canciones, les escribe poesías,

y les dice muchas veces cuanto los ama cada día.