Los cristales de la ventana vibraban empujados por la inclemencia del tiempo.
Llovían lágrimas de nostalgia, y el frío era mucho más frío, por el paseo de los recuerdos.
Las graciosas veletas, encima de los techos de rojas tejas, giraban al compás de los silbidos del viento, al roce con ellas.
El cielo, pintado de nubarrones, causaban temor y desasosiego.
El frío cada vez era mas intenso, y la brisa sin prisa, se colaba por entre las rendijas de las ventanas, manteniendo gélidas las manos y los piel del alma
De repente una luz irrumpió a través de las cortinas del dormitorio, como salida de los celajes del cielo y con un zigzag cegador, atravesó la suave tela iluminada por toda la alcoba.
A los pocos instantes, un ensordecedor sonido le hizo estremecer con pavor, acusándolo sus oídos.
No fue un trueno normal, parecía como si relanzaran a la vez un millón de látigos, cuyo eco retumbaba en los valles y montes cercanos.
Se acordó de Santa Barbara Bendita, y le musitó una tenue oración.
…y aquella mujer, en su cama, sola y tapada con mantas no sentía calor.
Ante aquella violencia desatada por la Naturaleza, se despojó de todo el dolor que llevaba dentro por la ausencia de un amor.