abril 9, 2023

Efímera vida

Paseaba una tarde de primavera por un prado plagado de flores. Me quedé embobada contemplando unas florecillas silvestres, que, por sus colores vivos, y la tersura de sus pétalos, provocaban su contemplación. Las rodeaban hierbas altas y frescas, de un verde intenso; era a mediados de la primavera.

Unas semanas después pasé por el mismo lugar, y las hierbas verdes, altas y frescas, de verde intenso y llenas de vida habían desaparecido, no quedaba ni rastro de aquellas flores que tanto me entusiasmaron cuando aquella tarde de primavera, las contemplé felizmente.

Volví a casa. Solté el bolso que llevaba en la mano, y, como tenía un espejo en el recibidor, me vi sin tener intención de hacerlo, y al ver mi rostro y mi figura reflejados en el límpido cristal, me vi deteriorada. 

Me miré detenidamente un poco más. Al ver aquella imagen mía, me acordé de mi juventud, de los años que ya se tragaron sin piedad los tacos del almanaque. Tristemente retrocedí en el tiempo, y me acordé entonces,de cuando mis ojos tenían tanta vivacidad que hablaban más que mis palabras.

¿Dónde fue aquel hermoso pelo mío, aquellos bucles infinitos que tanto gustaban? Ahora lo tengo descolorido, mustio, ha perdido su volumen. ¿Dónde  está aquella piel tersa y rosada, que tenían la misma tersura de la flores que había en el prado aquella tarde de primavera? Me vinieron a la mente las flores porque  ya se habían marchitado  para siempre, y pensé que yo también estaba ya en la senda final.

Arrugas abundantes poblaban mis facciones, y se mostraban crudamente como señales evidentes del daño que el tiempo provoca.  ¿Dónde fue a parar mi juventud?

Me sentí mayor, y mal, porque me di cuenta de lo pasajera que es la vida. Esa vida que a veces no disfrutamos o gozamos con toda la intensidad que debiéramos porque nos agobian los problemas. Hoy día pienso que les di una importancia que no merecían, pero que habían socavado los crujientes cimientos de mi ser. De nuevo recordé el prado, y las flores, su lozanía, y su juventud que me recordaba a la mía.

De pronto desperté. Me había sentado una hora antes en una mecedora en el porche de mi casa, me había quedado dormida. Me miré en aquel espejo del recibidor, y mi imagen afortunadamente no se correspondía con la del sueño; aún me encontré bella y hermosa. ¿Fue un sueño o más bien información que mi cerebro enviaba para hacerme ver el paso de la vida?

Ya despierta, pensé sobre lo efímera que es la vida, a la vez que me pregunté: ¿la estoy aprovechando? 

Los buenos momentos que la vida nos ofrezca hay que disfrutarlos, porque son pasajeros. Así que levantemos la vista hacia el cielo y dejemos que su magia nos envuelva. Sintamos su energía y su poder, y disfrutemos de su belleza eterna.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *