Llegó el otoño con su tristeza a cuestas.
Las verdes y frescas hojas de los árboles
se han tornado resecas y ásperas al tacto.
¿Adónde fue la suavidad que tuvieron
hasta hace pocas semanas?
Los campos están resecos, yermos, y parecen gemir
por el agua del cielo. Tienen sed, están cansados de sol.
Necesitan frescor, están mustios… son infelices.
Necesitan vida en forma de lluvia,
para que broten otra vez frutos de ellos,
en ese proceso inexorable de la naturaleza,
que cada año muere para renacer otra vez.
Los niños regresaron a las aulas.
En las desiertas playas parecen resonar aún,
como ecos fantasmales, sus gritos de jolgorio
y de alegría, mientras el salitre del agua del mar,
ponía brillo y sabor a sus infantiles pieles.
Hasta el sol está más apagado.
Ya no tiene aquel fulgor ardiente que hacía ansiar la sombra.
Llegó el otoño, cargado de nostalgia y cielos grises,
y mi corazón se contrae con aflicción.
Llegará otra vez la primavera, pero hoy, esta tarde, este momento,
en este día tristón, el sol está debilitado,
quiere abrirse paso entre los celajes de nubes grises que pugnan entre ellas por no dejarlo salir.
Mi corazón está aprisionado por la nostalgia del tiempo pasado,
y asemeja a esas velas, cuyas lágrimas de cera caen a sus lados,
en un sacrificio inevitalbe a cambio de su luz.