No te llamo.
No te escribo.
No dejo que nadie note cómo todavía tiemblo cuando escucho tu nombre en alguna conversación ajena.
Me hago la fuerte.
Sonrío.
Hablo de otras cosas, de otros días, de otras vidas que no duelen tanto.
Pero por dentro,
me sigo rompiendo con la facilidad de una hoja seca.
Pienso en ti más veces de las que debería.
Pienso en lo que no fue,
en lo que quise que fueras,
en lo que inventé para no verte ir.
Me repito que está bien,
que sobreviví,
que hay vida después del abandono.
Pero a veces, en el silencio más hondo,
te sigo llamando en voz baja,
como quien llama a un fantasma que nunca responde.
Te extraño,
aunque me duela decirlo,
aunque me desangre admitirlo.
Y tú,
¿me extrañas siquiera un poco?
¿O soy sólo un eco que ya ni siquiera reconoces?
No te lo preguntaré.
No abriré heridas viejas para encontrar respuestas que ya sé.
Seguiré aquí,
haciendo como que te olvidé,
mientras cargo tu sombra en cada paso que doy.
Isabel Poyato