No sé por qué te escribo,
si sé que no vendrás,
si sé que tus pasos ya no saben mi dirección,
si sé que tu voz ya no me busca en el viento.
Hoy desperté con el peso de tu nombre
atravesándome el pecho,
como un cuchillo sin filo,
que no mata, pero desgarra lento.
Quise contarte que aún te espero,
aunque mis manos estén cansadas de abrir puertas vacías.
Quise decirte que sigo guardando tus silencios,
como quien guarda migajas creyendo que aún alimentan.
Hay días en que me convenzo de que no importas,
que soy fuerte, que he cerrado las ventanas.
Pero basta un suspiro torcido,
una canción maldita,
una noche demasiado larga,
para que todo se derrumbe.
Quería preguntarte si a veces piensas en mí,
si en alguna esquina de tu vida,
mi risa olvidada te toca el alma
y te duele un poquito.
Pero no lo haré.
No enviaré esta carta.
No te haré saber
que aún vivo en ruinas con tu nombre en los labios.
Me la quedaré aquí,
como me quedé contigo:
en silencio,
esperando algo que ya nunca llegará.
Isabel Poyato