Cuando la sombra cubría mi alma,
y el eco de la traición quemaba el aire,
brotaste tú, flor de inesperada calma,
como un bálsamo sobre mi sangre.
No venías en risas ni en promesas,
sino en silencios, en miradas ciertas,
cuando el mundo cerraba mis puertas,
y mi fe se caía en mil piezas.
Te conocí en la ruina de mis certezas,
cuando el dolor era quien me hablaba,
y encontré en tu mano, firme y abierta,
un puente nuevo donde el alma descansaba.
No fue en el júbilo, sino en la herida,
que tejimos la trama de nuestra vida;
porque a veces, en la noche más temida,
es donde nace la amistad más bendecida.