Creí en tus palabras como en el viento,
confié en tu risa como en el cielo claro,
pero tu sombra, oculta en el momento,
cayó en mi espalda como un dardo amargo.
Tendida estaba mi fe en tus manos,
como un cristal expuesto a tu cuidado,
y fuiste tú, sin miedos ni reparos,
quien lanzó al suelo lo que había guardado.
No hubo gritos, ni gestos violentos,
solo el frío de un adiós que no avisa,
el hueco inmenso de un falso intento,
el eco roto de una antigua risa.
Hoy te nombro solo en mi silencio,
sin rabia, sin rencor, sin más cadenas;
fuiste lección en un duro momento,
y al soltar tu sombra, solté mis penas.